Tampoco tu eres perfecto

Publicado el 20-02-2017 en Caracas, Venezuela


Hemos visto que una de las razones para perdonar está en tu propio interior: el resentimiento te hace mucho daño. Pero también hay otra razón más externa: y es que ninguno de nosotros es perfecto. Si eres sincero, tienes que admitir que, como todos los demás, tú también, con frecuencia, necesitas perdón. Necesitas el perdón de los demás. Necesitas el perdón de Dios.

Quizá este último pensamiento sea nuevo para ti. Tus palabras y tus acciones tienen mucho más alcance del que crees. No es un asunto privado tuyo. Son también asunto de Dios, que conoce hasta el más mínimo detalle de tu vida.

Cuando eres holgazán, desleal, descuidado, mordaz, ambicioso o cobarde, ofendes al Dios que te creó. Cuando hieres a otra persona, cuando descuidas el poner en marcha la energía y las facultades que posees, en realidad, estás hiriendo al Padre que se preocupa por ti y por los que están en torno a ti, que sois hijos de Dios.

En cierta ocasión, el rey David se enamoró de la esposa de uno de sus soldados, y tramó la muerte de éste. Cuando comenzó a sentir remordimientos de lo que había hecho, escribió a Dios un poema en el que decía: "¡Ante ti, sólo ante ti he pecado!

Comprendió la trascendencia de sus acciones ante los ojos de Dios que es el que se preocupa de todos.

Esto te puede parecer muy complicado, sobre todo, si aún sientes rencor por lo que otros te hayan hecho. Pero, en realidad es el anuncio de una buena noticia.

La buena noticia es que Dios te ofrece un perdón total. Y te lo ofrece en la medida en que tú te tomes también en serio el mal que hayas hecho con tus culpas y tus pecados.

El perdón de Dios tiene su partida en un acontecimiento real que sucedió hace veinte siglos, pero que aún hoy conserva plenamente su inmensa virtualidad.

Ponte a pensar, por ejemplo, en algunas cosas que te costaría mucho perdonar:

  • Injusticia llevada a cabo por fines políticos

  • Destrucción envidiosa de un hombre, por la buena influencia que ejercía sobre los demás

  • Ser vendido, por dinero, por alguien en quien tu confiabas

  • Traición de un íntimo amigo quien, en momentos de peligro, niega que te hubiera conocido

  • Ser golpeado y escarnecido, sólo por un rato de diversión

  • Permitir que se condene a un inocente a una de las más crueles muertes jamás imaginadas

  • Burlarse de una persona mientras sufre un horroroso tormento

Jesús, el Hijo de Dios, es la única persona inocente que jamás haya existido. Mientras le sucedían todas estas cosas, él seguía amando a la gente que se las hacía, ofreciendo amistad al que le traicionaba, avisando a sus compañeros de lo que iba a suceder. Respondió amablemente al gobernador que lo sentenciaba. Oró claramente en favor de los soldados que clavaron sus pies y manos a una cruz: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen".

Sobrellevó todo el castigo de todos los pecados cometidos por su pueblo durante toda la historia. Experimentó lo que era sentirse apartado de Dios. Gritó: "¿Por qué me has abandonado?".

Dios le respondió con una demostración única de su poder sobre el universo. Resucitó a su Hijo. Jesús volvió a encontrarse con sus seguidores y les comunicó la buena noticia que habían de trasmitir a todo el mundo: el ofrecimiento del perdón y de una nueva vida vivida en el amor de Dios.

El perdón que Dios nos ofrece no ha sido un perdón barato y fácil.

Esta es la historia de la cruz de Jesucristo. Dios derramó sobre nosotros un amor costosísimo, al enviar a su Hijo Unigénito a morir por ti y por mí. Y, en consecuencia, nos invita a volvemos a él y decirle: "Me arrepiento de mi pecado. Creo que Jesús murió por mí. Perdóname y haz que vuelva a ser tu hijo o tu hija".

Pero, date cuenta de que, si das este paso, también tú te comprometes a perdonar.

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