Publicado por: ACI Prensa
Publicado el 05-11-2024 en Ciudad del Vaticano
Cada 5 de noviembre recordamos a Zacarías e Isabel, padres de San Juan Bautista y tíos de Jesús. “Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor”, nos recuerda San Lucas en su Evangelio (Lc 1, 6), dejando en claro que eran miembros fieles del pueblo de Israel, respetuosos de la Ley de Dios.
Esposos bendecidos
La Iglesia Católica los recuerda y venera en virtud al lugar que ambos ocupan en la historia de la salvación. Para empezar, Zacarías e Isabel conforman la segunda pareja de santos esposos de los que da cuenta el Nuevo Testamento, a través de los cuales Dios deja en evidencia que para Él nada es imposible. Los primeros son evidentemente José y María, padres del Señor Jesús.
Según el relato de Lucas, Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abías, mientras que Isabel era descendiente de Aarón. Ambos eran de edad avanzada y no habían podido tener hijos porque Isabel era estéril, algo que en el contexto hebreo de la época era motivo de marginación y causa de un dolor inmenso para los esposos.
Zacarías y el ángel
Cierto día, a Zacarías le tocó ingresar al Sancta Sanctorum (la parte más sagrada del tabernáculo y del templo de Jerusalén, al que solo accedían los sacerdotes), para ofrecer la oración. De pronto, un ángel se le apareció y le dijo que su esposa tendría un hijo, al que llamarían Juan. “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1, 17), continuó el ángel.
Zacarías de inmediato preguntó al ángel cómo podía estar seguro de lo que decía, si él y su esposa ya eran ancianos. A lo que este contestó: “Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva… Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo" (Lc 1, 19-20). Por haber dudado, Zacarías quedó mudo en el acto.
No mucho después, Isabel quedaría embarazada, de manera que la que habían llamado estéril, ahora exultaba de gozo y gratitud a Dios: “Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres” (Lc 1, 25).
La Visitación de María a Isabel
Luego de que el ángel Gabriel se le apareció a la Virgen María, esta fue a casa de su prima Isabel con el deseo de ayudarla. Ella, al verla, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1, 42-45).
Cuando Juan nació, todos se alegraron en casa de Zacarías por la acción misericordiosa de Dios. El día de la circuncisión de Juan, los familiares de Zacarías pidieron que el recién nacido fuera llamado como su padre, de acuerdo a la costumbre hebrea.
Sin embargo, Isabel se opuso y dijo que se llamaría “Juan”, según lo había requerido Zacarías, quien imposibilitado de hablar, escribió el nombre que llevaría su hijo en una tablilla. Una vez hecho esto, Zacarías recuperó el habla al instante -tal y como el ángel había predicho- y pronunció su célebre cántico, incorporado por la Iglesia en la Liturgia de las Horas (específicamente en las Laudes, la oración de la mañana):
Cántico de Zacarías (Benedictus)
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando su misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz».
(Lc 1, 68-79).
Una vida ejemplar
Muchas cosas más se podrían considerar en torno a los santos esposos Zacarías e Isabel, y, con toda certeza, extraer mayores frutos espirituales. Basta recordar, por ejemplo, la delicadeza espiritual de Isabel al recibir a Maria, haciéndose eco del gozo infinito de aquel que llevaba en el vientre. Juan, sin haber nacido, fue capaz de reconocer la presencia de Dios en la Persona del Verbo Encarnado, quien estaba justo frente a sí.
Zacarías e Isabel formaron y educaron a Juan con la conciencia de que eran una pareja a la que Dios había elegido y acompañado con paciencia. Por su parte, Juan, en el epílogo de su vida, daría prueba prístina de aquella fe que recibió de sus padres, de cuál era su linaje.
¡Zacarías e Isabel, rogad por las familias cristianas!