Publicado por: MadreCarmenRendiles.com
Publicado el 23-06-2017 en Caracas, Venezuela
Los hombres somos animales temporales, se nos da un tiempo y en él estamos inmersos. Todo lo que hemos vivido, sentido, llorado o reído gravita sobre nuestro hoy. Todo lo que uno ha sido es un gran tesoro que le hace ser tal y como es hoy, ahora y aquí. También puede ser un pesado lastre que le impida realizarse como persona; pero lo que es bien cierto es que el pasado gravita sobre el presente y nos lanza al futuro. Somos el resultado de lo que fuimos y seremos el resultado de lo que somos.
Al ser animales temporales necesitamos puntos de referencia, unas coordenadas de orientación, que nos ayuden a vivir con una cierta tranquilidad de ánimo en este presente y de cara al futuro que siempre se presenta como algo incierto.
El hombre no puede vivir de recuerdos, pero no puede vivir sin recuerdos. Los recuerdos son razones del pasado que me ayudan a vivir en el hoy; sin recuerdos la vida sería una pura angustia, una desazón.
Los santos, los bienaventurados, para el creyente son como razones del pasado que le ayudan a vivir y a proyectarse en cristiano.
Los santos, los bienaventurados, fueron hombres que optaron por el cristianismo y las cosas no les fueron mal. La Iglesia nos los propone como ejemplos a seguir. Fueron hombres como nosotros que siguiendo a Cristo llegaron a la plenitud de su ser personal, a la felicidad, a la santidad. Podemos ser como ellos y nos interesa.
La felicidad es el máximo desarrollo de las potencias del hombre, uno encuentra la felicidad donde encuentra su realización y llamamos vocación a aquello que al llevarlo a cabo nos hace sentir realizados.
Los cristianos llamamos santidad a la realización, a la plenitud, a la felicidad o bienaventuranza en Dios cuando Dios es su medio vital.
Nadie duda que los santos fueron bienaventurados y que la Bienaventuranzas son la «Carta Magna», la «Constitución» del cristianismo hasta el punto de que si tuviéramos que salvar una sola página de la Biblia tendríamos que salvar ésta; porque si no se hubiese escrito tendríamos que hacerlo para poder llegar a ser como Dios manda.
Al leerlas nos damos cuenta de que no hablan de Dios, sólo hacen referencia al hombre. Porque tenemos una forma de religión que nos dice que el principio y el fin del hombre es ser imagen y semejanza de Dios. Que la misión del creyente es llegar a configurarse con Dios, ser como Dios, tomar su forma, su figura.
Si esto es así, podemos sacar una conclusión: Las Bienaventuranzas son las costumbres que Dios tiene de vivir. ¿Cómo vive Dios?, pues así, como las Bienaventuranzas nos dicen. Quien las vive se asemeja a Dios, se aproxima a ser imagen y figura de Dios en este mundo.
Mateo nos trae ocho Bienaventuranzas:
«Bienaventurados los pobres porque de ellos es. . . »
Hoy diríamos: bienaventurados los que no confunden los medios con los fines, los que no se quedan con los medios y saben llegar al fin. Los que tienen un corazón suficientemente generoso como para no quedarse en las cosas y llegan a la esencia, a la sustancia, al fin. Bienaventurado quien tiene espíritu de generosidad y no espera nada de este mundo, porque lo único que puede esperar es su propia entrega. Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dicen los chinos que quien posee tres cosas, estas cosas le poseen a él. Qué difícil lo vamos a tener nosotros eso de ser pobres o generosos porque nuestro ideal imperante en la sociedad no es tener tres cosas sino tres veces tres veces tres. . . cosas, hasta el infinito. Quien quiera seguir la norma de Cristo, quien quiera hacer suya la forma que Dios tiene de vivir, tendrá que aceptar como un gran don que el fin del hombre no es tener, ni quedarse con los medios atesorándolos; sino llegar a ser.
«Bienaventurados los sufridos. . . »
Es decir: Bienaventurados los que encajan bien los golpes de esta vida y de esta sociedad de competencia. Bienaventurados los que sufren y sus sufrimientos no riegan violencia ni les llevan a la desesperación. Vivimos en un mundo de deprimidos, las depresiones cada vez son más frecuentes y más profundas porque el sufrimiento riega violencia reprimida, desesperación y rencor.
«Bienaventurados los que lloran. . . »
No por el llanto, sino por el consuelo que van a recibir. Bienaventurados los que son capaces de llorar, porque sólo los ojos que han llorado son capaces de ver a Dios. Llorar es una forma de hablar con Dios. Sólo los que lloran ven con claridad. . .
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia...»
Los que quieren ser justos, los que quieren dar al hombre lo que es del hombre y a Dios lo que es de Dios. Bienaventurados los que son capaces de adecuar su espíritu a lo que Dios y el prójimo están reclamando para este mundo.
«Bienaventurados los misericordiosos. . . »
Aquellos que ante las miserias de este mundo no viven apáticamente, sino misericordemente y con pasión, apasionadamente. Tan sólo se puede vivir con plenitud si uno es capaz de unir su suerte a la de los demás, especialmente a la de los más desgraciados. Como Cristo que vivió una pasión y acabó en un cruz. Podemos pasar de los medios, de las cosas, pero jamás de las personas.
Los misericordiosos alcanzarán la misericordia. Cuántas veces el Evangelio nos dice que cada uno tiene lo que se merece, que quien siembra vientos recoge tempestades, que quien vive con pasión vivirá acompañado de la pasión de los demás y quien no, sólo recibirá apatía, olvido, soledad y aislamiento.
«Bienaventurados los limpios de corazón. . . »
Éstos sí que tienen poco éxito en esta sociedad, en este mundo. Los veraces, los sinceros, los que van con el corazón en la mano, a pecho descubierto, con la cara alta en un mundo de apariencias y conveniencias. Vivir aquí con limpieza de corazón es una rareza. . .; pero si se quiere ser cristiano no hay otra forma de vivir: hambreando la justicia de Dios para los hombres y la de los hombres para Dios. Hambreando el ser pobre y entregado, el saber llorar con alegría y saber sufrir con esperanza; de lo contrario se vive de espaldas a lo que reclama nuestra fe.
«Bienaventurados los pacíficos...»
¿Cuantas familias hay rotas por falta de diálogo? No confundamos el pacífico con el pacifista. El pacífico es aquel que es capaz de entablar diálogo, de dar una oportunidad más, de comenzar de nuevo. El que sabe no romper la cuerda. Que es un dialogante, un creador de paz a su alrededor, un negociador de paz. Éstos son los hijos de Dios. En este mundo la falta de diálogo, de paz, hace que Dios no se manifieste con facilidad o encubrimos, tapamos, sus manifestaciones que es lo mismo.
«Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia...»
Éstos me caen muy simpáticos, son los que saben que una cosa es la autoridad y otra muy distinta el poder. Que la autoridad es un carisma cuyo precio es el de una vida vivida en autenticidad y que el poder viene de las urnas, la fuerza o el dinero. Los perseguidos por la justicia son los que apostaron por la vida del hombre y que están dispuestos a dar la suya porque tienen una causa para darla, tienen un ideal por el cual vivir y morir, sin ese ideal no valdría la pena la vida, sería una mera existencia.
Las Bienaventuranzas son un don de Dios, un anuncio de Evangelio, una Buena Noticia. Se puede vivir según ellas o en otra dimensión; al final uno recoge lo que ha sembrado. Pero hay que tener en cuenta que se puede ser de dos formas en este mundo: la de aquellos que viven de tal manera que duermen a pierna suelta aunque sea en la cárcel o el descrédito y la de los que intentan dormir y sus conciencias, sus cargas de conciencia, no se lo permiten. Las Bienaventuranzas no son «ley», son estilo de vida; ante ellas hay que optar: O de cara a ellas o derechos a candidatos a la depresión. Porque si vivimos de acuerdo con las Bienaventuranzas estaremos en armonía con nuestra fe y si vivimos de espaldas a ellas seremos pura contradicción.
BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 34-37