Publicado por: Correo del Caroní
Publicado el 07-07-2013 en Ciudad Guayana, Estado Bolívar, Venezuela
COMUNICADO CONFERENCIA EPISCOPAL VENEZOLANA
Con el antiquísimo rito de la entronización de la Biblia en nuestra aula de sesiones damos inicio a la Asamblea Centenaria Ordinaria de la Conferencia Episcopal Venezolana.
Hemos abierto la Biblia para hacer diariamente Lectio Divina de los acontecimientos de nuestra historia, porque la Iglesia los interpreta no sólo a la luz de las ciencias humanas sino también a la luz de la palabra de Dios, que es Cristo, en quien se manifiesta el misterio del hombre (Doc. Medellín, Introducción).
Saludos
En nombre de los hermanos obispos y arzobispos saludo con toda deferencia al Eminentísimo Sr. Cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá y primer vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam).
Eminencia, su grata visita es muestra de la valoración que hace el respetado organismo eclesial latinoamericano y caribeño de este momento de nuestra conferencia, que ha remontado, junto con todo el pueblo de Dios que peregrina en Venezuela, la cima de su asamblea centenaria. Desde aquí nuestro saludo y profundo agradecimiento a la presidencia del Celam.
Agradecemos, eminencia, su distinguida presencia y participación como un signo de comunión fraterna entre las iglesias de Colombia y Venezuela y de todo el continente.
Saludo fraternalmente a su eminencia el cardenal Jorge Urosa Savino, arzobispo de Caracas y presidente de honor de esta Conferencia Episcopal.
Saludo al Excmo. Monseñor Pietro Parolin, Nuncio Apostólico. Agradezco su presencia en esta asamblea y su continua y fraterna compañía en nombre del papa Francisco.
Saludo a los hermanos en el Episcopado y de manera especial a su Excia. Antonio José López Castillo, arzobispo de Barquisimeto, por sus veinticinco años de ministerio episcopal, a su Excia. Monseñor César Ramón Ortega, obispo de Barcelona por sus bodas de oro sacerdotales y a su Excia. Monseñor Ramón Antonio Linares, obispo de Barinas, quien a fines de este mes celebrará también el quincuagésimo aniversario de ordenación sacerdotal.
Saludo y doy una cordial bienvenida a su Excia. Monseñor Isidoro Batikha, obispo greco-melkita emérito de Homs (Emesa), ahora residente en Venezuela ¡Marhabá!
Saludo y agradezco la presencia y participación de los hermanos sacerdotes subsecretarios de la Conferencia presbítero Antonio Velásquez y presbítero Víctor Hugo Basabe, a los sacerdotes secretarios de esta Asamblea Centenaria, a nuestros vicarios generales y vicarios de pastoral, invitados especiales, a las superioras y superiores mayores de los institutos de Vida Consagrada Religiosa, al presidente del Consejo Nacional de Laicos, a la junta directiva saliente y a la junta directiva entrante de AVEC, a los directores y directoras de los departamentos del Secretariado Permanente de la Conferencia (SPEV), a los representantes de los medios de comunicación social, a los empleados y obreros de la casa Monseñor Ibarra que facilitan con esmero el trabajo de la asamblea.
Memoria
La Conferencia Episcopal de Venezuela ha celebrado más años que asambleas. En efecto, en algunos períodos, sobre todo del siglo pasado, antes de la era petrolera, los obispos no pudieron reunirse regularmente, sea porque las vías terrestres estaban en condiciones deplorables, sea porque las relaciones entre el gobierno de turno y la Iglesia no aconsejaban tales reuniones.
La primera asamblea episcopal, llamada entonces “conferencia”, fue promovida por el arzobispo coadjutor de Caracas, Monseñor Juan Bautista Castro, conforme a lo prescrito por el Concilio Plenario de América Latina, celebrado en Roma cinco años antes, y según lo establecido por la Instrucción de la Secretaría de Estado Vaticano fechada el primero de mayo de 1900.
El secretario de aquella primera asamblea, el presbítero Dr. Nicolás Eugenio Navarro, dejó constancia de ella: El lunes 23 de mayo de mil novecientos cuatro, a las 8:00 am, se reunieron en la Capilla del Palacio del Illmo. y Rvdmo. Señor Arzobispo Auxiliar, los reverendísimos miembros de las conferencias y el secretario para practicar los actos determinados por el reglamento para la primera sesión. Estaba presente una comisión del muy venerable Capitulo Metropolitano… Celebró la misa el Illmo. y Rvdmo. Señor Obispo de Guayana y cumplidas las demás ceremonias reglamentarias, se difirió para más tarde el discurso del Illmo. Señor Presidente a sus venerables hermanos. Después de un receso, y despedida la comisión del Muy Venerable Capítulo, se congregaron de nuevo los reverendísimos prelados para el discurso (1).
Los obispos de ese momento histórico eran el arzobispo Juan Bautista Castro, coadjutor del arzobispo de Caracas y Venezuela, Críspulo Uzcátegui; Antonio María Durán, obispo de Santo Tomás de Guayana; Felipe Neri Sendrea, obispo de Calabozo; Antonio Ramón Silva, obispo de Mérida; Francisco Marvez, obispo del Zulia.
Con esta sucinta memoria de ese importante y significativo momento quiero honrar a aquellos ilustres y venerados hermanos que pusieron las bases de la actual Conferencia Episcopal Venezolana.
Finalidad de las asambleas
Después de la guerra de independencia y antes de la mencionada primera asamblea, los obispos se habían reunido sólo en dos ocasiones: en 1883, año centenario del natalicio del Libertador, con motivo de un polémico discurso del general Antonio Guzmán Blanco en la instalación de la Academia Venezolana de la Lengua, y, quince años más tarde, ante la convocatoria del papa León XIII para celebrar el Concilio Plenario Latinoamericano, en 1899, en el umbral del siglo XX.
Las conferencias canónicas o asambleas de los obispos tenían por objeto principal llevar a conocimiento de los fieles de toda la República las enseñanzas de dicho Concilio y determinar de un modo uniforme cómo deben cumplirse sus prescripciones (2). Para conseguir estos objetivos, el episcopado elaboró la INSTRUCCIÓN PASTORAL, voluminoso compendio doctrinal y disciplinar que sustituyó a las viejas disposiciones del Sínodo Caraqueño de 1687.
Iniciado el siglo XX, la Conferencia Episcopal, integrada ya por dos provincias eclesiásticas, Caracas y Mérida, se reúne por segunda vez en 1923 con el fin de dar cumplimiento al mandato del Código de Derecho Canónico, promulgado en 1917, a los obispos de cada provincia de reunirse al menos cada cinco años para deliberar en común y ver qué medidas conviene adoptar en bien de la religión en sus diócesis (Canón 292,1). En 1928 se reúne de nuevo y revisa la Instrucción Pastoral de 1904 para adaptarla a los requerimientos del reciente Código de Derecho Canónico.
La Iglesia y los gobiernos
Habiendo sido expulsado un año antes, de manera injusta y violenta, el obispo de Valencia, Monseñor Salvador Montes de Oca, por defender la validez del matrimonio cristiano frente al matrimonio civil y al divorcio, los obispos se reunieron en 1930 en su Primera Asamblea Extraordinaria.
Por cierto, dos días después de su expulsión, desde Puerto España, Trinidad, el obispo escribió al Nuncio Apostólico en Venezuela, el Excmo. Monseñor Fernando Cento: En el arreglo de mis asuntos deben hacer constar al Gobierno que yo seré el mismo de siempre; que si mil veces se presentan las circunstancias que motivaron mi Instrucción, mil veces diré lo mismo. [---] El alboroto que han formado con mi sencilla Instrucción confirma lo que yo he dicho tantas veces: es necesario hablar claro en Venezuela sobre ciertos asuntos (3).
Gobierno e Iglesia se enfrentaron, las protestas de los obispos no se hicieron esperar. El Gobierno amenazó con expulsar a todos los obispos. Finalmente en 1931, el dictador Juan Vicente Gómez, que había asumido de nuevo el poder, convencido de que el exilio del joven obispo de Valencia era contraproducente para su régimen, permitió su regreso a la patria (4).
Sin embargo, circunstancias de otra índole condujeron de nuevo al obispo a Italia donde terminó su periplo vital en 1944 bajo el régimen nazi.
En Monseñor Salvador Montes de Oca tiene la Iglesia de Venezuela, como la de tantas otras naciones, su primer obispo mártir. Su causa, como la de Monseñor Arnulfo Romero, podría retomarla la Iglesia de Venezuela para solicitar ante la Santa Sede su beatificación y canonización.
Traigo a colación este doloroso episodio para dejar sentado que en la historia eclesiástica de Venezuela las relaciones entre los gobiernos y la única Conferencia Episcopal que ha existido, han topado siempre con la piedra de choque de la libertad, tanto la libertad religiosa, derecho humano fundamental e inalienable, como la libertad de expresión y de acción de la Iglesia en el seno de la sociedad.
Fin de la Ley del Patronato Regio
A finales del siglo XX tuvo lugar uno de los acontecimientos más importantes de la Iglesia en Venezuela: la liberación de la mítica Ley de Patronato, herencia de la España colonial e imperial, que mantenía a la Iglesia en una minoría de edad y se prestaba para toda clase de abusos. Los candidatos al episcopado, por ejemplo, tenían que ser presentados y aprobados previamente por el Congreso de la República. Después de mil vicisitudes que van desde el destierro de varios obispos hasta el rechazo por el Congreso de un Concordato anterior, el 6 de marzo de 1964 pudo firmarse el Modus Vivendi o Convenio con la Santa Sede. Con este nuevo pacto “se rompían las cadenas con que se tenía atada a la Iglesia desde los días iníciales de la República” (5). Los obispos celebraron la firma del convenio con una larga y razonada Carta Pastoral.
V Centenario de la Evangelización
En vísperas del tercer milenio y comienzos del siglo XXI, la Conferencia Episcopal encontró en el V Centenario de la Evangelización del Continente una gran motivación pastoral y misionera. Entendió ese momento histórico eclesial como un paso de Dios, como una moción de su espíritu. Se sintió inquieta y desafiada. En su LXVIII Asamblea, enero de 1998, año del V Centenario del inicio de la Evangelización en Venezuela, lanzó una Carta Pastoral en la que definía sus ansias y propósitos: nuestro reto es ser, como creyentes y como Iglesia, luz del mundo y sal de la tierra en la Venezuela de hoy, construyendo, en Cristo, la unidad con Dios y con los hermanos, mediante el incremento de la comunión eclesial en orden a la misión evangelizadora y al trabajo por una nueva sociedad justa y solidaria (6).
Concilio Plenario de Venezuela
Durante la LXVI Asamblea Ordinaria Plenaria, el 12 de julio de 1996, el Episcopado había tomado la decisión de convocar el Primer Concilio Plenario de Venezuela, y en octubre de ese mismo año fijó la fecha de su inauguración: el 26 de noviembre de 2000, solemnidad de Cristo rey. Desde entonces la Iglesia en Venezuela cuenta con un cuerpo doctrinal y normativo de dieciséis documentos enmarcados en la línea teológico-pastoral de comunión, noción de raigambre bíblica que, a su vez, asume la eclesiología del Concilio Vaticano II e implica, en consecuencia, la solidaridad con el prójimo, particularmente el más débil y necesitado.
Aún es tiempo de Concilio. El constituye el gran proyecto pastoral de nuestra Iglesia hacia la nueva evangelización, actualmente y para los próximos años y décadas (7). El Concilio Plenario es anterior, pero está en perfecta consonancia con el Documento Conclusivo de Aparecida.
Actualidad
La Conferencia Episcopal ha tenido y tiene hoy clara conciencia de la conveniencia para la paz nacional de mantener abiertos los canales de comunicación y diálogo franco con cualquier gobierno. Pero, al mismo tiempo, entiende que diálogo no significa siempre coincidencia sino ante todo escucha y apertura; que la crítica bien intencionada y constructiva no es una amenaza que rompa el diálogo; que la Conferencia Episcopal y la Iglesia misma no renuncian ni podrían moralmente renunciar a una visión, interpretación y postura críticas de la realidad, pues ellas son elementos constitutivos de su vocación y misión proféticas en todo tiempo.
El contexto sociopolítico
De aquí que sintamos con ellos y experimentemos con ellos la carestía de la vida, la escasez alimentaria, la delincuencia e inseguridad sin límites, las deficiencias en el sistema público de salud, las contradicciones en las medidas económicas, la violencia del discurso político, los escándalos de la corrupción, el miedo a que la verdad se conozca, el sufrimiento de los que están privados de libertad, en particular de los que están enfermos, las consecuencias negativas para la salud de los que hacen huelgas de hambre o ayunos prolongados y continuos, la desesperanza de los que no ven soluciones definitivas a los más grandes problemas.
¡El país está inmerso en la conflictividad! Las universidades autónomas están cerradas, los estudiantes fuera de las aulas. Las empresas con muchas dificultades; los obreros, con múltiples reclamos.
Pareciera que los partidos políticos están como la mujer de Lot mirando hacia atrás (Génesis 19,23). Ciertas instituciones no dan signos de institucionalidad. ¡El panorama no es nada alentador!
Nosotros mismos, como pastores del pueblo de Dios no estamos satisfechos con lo que hemos hecho ¡falta mucho por hacer! Nuestra conversión personal y pastoral son un desafío permanente. Pero no estamos arrepentidos de lo que hemos dicho en nuestras exhortaciones y documentos y de lo que hemos realizado.
En ocasión de la LXXVII Asamblea Ordinaria Plenaria, en enero de 2011 escribimos: Comprobamos que los problemas que venimos arrastrando desde hace tiempo continúan vigentes. Se hacen más agudos los problemas relativos a la convivencia democrática, en paz, libertad, participación y eficacia. La vigencia del Estado de Derecho se ve cada vez más vulnerada… Se está haciendo cada vez más difícil el sentarse a la mesa del diálogo. La intransigencia, la descalificación el insulto y la amenaza lo hacen imposible. Da la impresión de que hubiera un gran miedo a dialogar porque no hay la disposición de escuchar al otro, atender sus razones, presentar las propias y buscar juntos lo que sería más conveniente para todos. Más aún, hay quienes, en el momento actual descartan el diálogo como “una tentación”, porque ello significaría darle aire al adversario.
A pesar de las transformaciones que se están produciendo y los objetivos plausibles que se reafirmas constantemente, no podemos decir que hayamos encontrado el camino de solución de los problemas y estemos transitando por él. No basta la buena voluntad ni los buenos propósitos para transformar la realidad en beneficio de todos… Sigue pendiente la elaboración y puesta en marcha del correspondiente proyecto de país, diseñado con el concurso de todos los sectores sin ningún tipo de exclusión (8).
La conferencia no se identifica ni con el gobierno de turno ni con la oposición política del momento. En muchos aspectos puede coincidir con los programas del gobierno y con las propuestas democráticas y legales de la oposición.
Para la Conferencia Episcopal lo más importante, lo más urgente y lo más beneficioso para el país es que gobierno y oposición se reconozcan, se sienten en una mesa de diálogo y construyan nuevos caminos por donde transiten la justicia, la reconciliación y la recuperación del país.
Nuestras asambleas episcopales se fundamentan en “la roca de la palabra de Dios” (Benedicto XVI D. I de Aparecida), en el magisterio pontificio y episcopal latinoamericano y en el conocimiento y comprensión de nuestra realidad humana, político-social y cultural-religiosa gracias al contacto vivo y permanente con la gente, el pueblo, sus tradiciones y sus instituciones.
Hitos del camino de la CEV
El trabajo colegial periódico y permanente del Episcopado surgirá como exigencia del Concilio Vaticano II quien le dio carta de ciudadanía a las conferencias episcopales. Para entonces, década de los sesenta del siglo pasado, el episcopado estaba compuesto por una veintena de obispos, número que ha ido creciendo paulatinamente con la creación de nuevas circunscripciones eclesiásticas hasta llegar al número que tenemos hoy, cercano a las 40 diócesis.
A partir de 1966, fecha inmediata a la conclusión del Concilio Vaticano II, comenzamos a escribir documentos cada año, y desde 1973 con la consolidación de la conferencia, al crearse el Secretariado Permanente, se instituyeron dos reuniones anuales del episcopado, en enero y julio, junto con dos reuniones intermedias, en abril y octubre, para las comisiones episcopales.
Los temas tratados han sido muy variados. Primero, una enseñanza permanente sobre diversos aspectos de la doctrina cristiana, y una incidencia en la vida social de los venezolanos, creyentes o no, al analizar periódicamente los aspectos más resaltantes de la convivencia social, dando pie a la denuncia profética y al señalamiento de la necesidad permanente del diálogo y entendimiento entre todos los aspectos del país.
Los temas tratados con más frecuencia han sido: la familia (1974), la educación (1976), los pueblos indígenas y las misiones, la vida, la reconciliación y la paz (1977). Son de importancia y tienen vigencia las declaraciones: a los 30 años del 23 de enero (1988) y ante las crisis sociales y políticas de la década de los años noventa hasta nuestros días.
El trabajo colectivo ha sido intenso, pues además de las cien asambleas ordinarias, se han celebrado 42 extraordinarias, y las diversas comisiones episcopales publican subsidios, materiales y comunicados que conforman un denso corpus doctrinal y pastoral.
Todo el camino de nuestra conferencia lo hemos resumido en cuatro palabras: comunión, profecía, solidaridad y testimonio evangelizador.
Conclusión
Imposible resumir más y, al mismo tiempo, dar cuenta de lo acontecido en ciento nueve años de vida de esta Conferencia Episcopal con más de cien asambleas ordinarias. La historia es maestra de la vida
Damos gracias infinitas al Dios Uno y Trino que dirige a su Iglesia. Hoy, en la persona del papa Francisco, latinoamericano, sentimos más de cerca el pastoreo de Jesucristo.
El 17 del mes pasado recibió en audiencia privada al Presidente de la República de Venezuela. Sabemos por los medios que fue un encuentro cordial en el que se trataron los temas más sobresalientes del país y en el que el papa Francisco recomendó al señor Presidente abrir el diálogo con todos los sectores, entre ellos la Iglesia.
El papa Francisco ha manifestado de muchas maneras su vivo interés personal por Venezuela. En esta Asamblea Centenaria en la persona del Sr. Nuncio Apostólico y a través de él y del mensaje que le escribimos, queremos expresarle nuestro sincero agradecimiento y religioso acatamiento a su enseñanza.
Agradecemos a Dios y también al Papa el regalo para la Iglesia de Venezuela y para la Congregación del las Siervas de Jesús la declaración del heroísmo de las virtudes de la Madre Carmen Rendiles, fundadora, y su proclamación como venerable. Congratulaciones a toda la Congregación de las Siervas de Jesús.
Es hora de terminar esta cadena de recuerdos, vivencias y lecciones de la historia. Quiero terminar con una de las últimas reflexiones del papa Francisco en su Carta Encíclica Lumen Fidei:
La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de la persona que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, “inició y completó nuestra fe” (Hb. 12,2).
El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que solo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, pueden encontrar en nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos (LF. 57).
¡Muchas gracias!
Caracas, 7 de Julio de 2013