MORAL DEL REINO

Publicado el 07-11-2017 en Caracas, Venezuela


 La cercanía del Reino comporta unas exigencias morales

La moralidad exigida por Cristo presupone la iniciativa divina. El Padre llama, y por medio de Cristo atrae a los hombres a sí. Esta llamada de Dios en Cristo constituye esencialmente el Reino de Dios.

El Reino ocupa el primer lugar en la predicación de Jesús. Lo que El anuncia por los pueblos de Galilea es la buena nueva del Reino. Sus obras portentosas, los milagros, constituyen los signos más extraordinarios de la presencia del Reino. Con su llegada, pone fin al dominio de Satán, del pecado y de la muerte: "Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12,28),

Cuando los Sinópticos hablan de Reino de Dios, no quieren indicar tanto una institución u organización cuanto el obrar mismo de Dios en Cristo para la salvación de los hombres. Y la proclamación del Reino, implica una llamada a entrar en él, a hacerlo y construirlo. De la llamada al Reino surgen, pues, los imperativos morales.

El texto clave es Mc 1,15: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la buena nueva". En él aparecen claramente, la llamada y el requerimiento de una respuesta humana. Esto lo encontramos continuamente en el Nuevo Testamento, porque la acción de Dios supone siempre una llamada dirigida a los hombres, y consiguientemente unas exigencias morales.

La exigencia radical de la llamada y cercanía del Reino es la conversión, la fe, la adhesión, la unión personal con Cristo, el seguimiento. El dice: "Venid a mi", "aprended de mí" (Mt 11,28). enseña que no existe plena moralidad sin una unión estrecha con El y con su obra.

Características de una moral cimentada en el Reino

Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios. Y el Reino se actualiza en su Persona, en sus palabras y en sus obras. Pero el tiempo de la plenitud y del cumplimiento que El instaura no es todavía el tiempo de la consumación. Por ello, también en el anuncio de Jesús, el Reino es algo futuro.

Existe una tensión interna entre la plenitud y la expectación, entre el presente y el futuro, entre el cumplimiento y la consumación, entre el "ya" y "todavía no". Y también en esta tensión dialéctica podemos encontrar el origen de las exigencias morales. Porque, precisamente, por ser el Reino venidero, el hombre tiene que prepararse para "entrar" en él.

Si la misión del cristiano es la misma misión de Cristo, encontramos aquí, sobre todo, la llamada a construir el Reino. Porque esta fue la misión de Cristo: anunciar y realizar el Reino de Dios, Lo importante en la vida del creyente no es, por tanto, la propia perfección o autorrealización; lo importante es cumplir la "obra de Dios" (Jn 4,34), cumplir la misión de Cristo, es decir, realizar y construir el Reino. Esto se convierte así en el valor y criterio supremo para juzgar nuestras acciones. Todos los demás valores, ciertamente, no quedan eliminados; pero se han de considerar bajo esta luz.

Desde esta perspectiva, la moral cristiana aparece cimentada en el dinamismo de la esperanza. Es, pues, una moral dinámica que impulsa al esfuerzo y a la acción; una moral positiva y creadora; una moral comprometida con el desarrollo, promoción y liberación de los hombres. Y es, al mismo tiempo, moral de la esperanza. Moral, por tanto, que mira hacia adelante, hacia el futuro; moral inconformista con nuestra sociedad consumista y alienante; moral crítica y denunciadora de todos los falsos valores del "tiempo presente"; moral vigilante.

Una moral cimentada en el Reino es una moral que parte de la iniciativa divina, de la llamada de Dios a realizarlo. Es, pues, moral de la gracia y el don. Y, al mismo tiempo, una moral que propugna la acción y la energía: porque solamente los violentos lo arrebatan (Mt 11,12).

Es finalmente, una moral de exigencias radicales. El hombre que encuentra en el campo un tesoro escondido, o el comerciante que descubre una perla preciosa, deben entregar todo lo demás para alcanzar estos tesoros (Mt 13,1146).

 Condiciones que impone el Reino

Jesús, antes de realizar su paso definitivo al Padre, confía a los apóstoles su misión: la proclamación del Evangelio del Reino (Mc 10,7). Esto será también el centro de la predicación apostólica.

El reino es el don de Dios por excelencia. Pero para recibirlo se precisan ciertas condiciones. Un análisis de ellas puede hacernos comprender también las exigencias éticas de una Moral del Reino.

Para San Pablo es claro que los pecadores "no heredarán el reino de Dios" (Cfr, 1- Cor 6,9 ss; Gal 5,21; Ef 5,5). El reino exige conversión (Mt 18,3); requiere un nuevo nacimiento, sin el cual, no se puede "ver el Reino de Dios" (Jn 5, 3 ss).

  • búsqueda activa (Mt 6,33)

  • fuerza y energía (Mt 11,12)

  • vigilancia (Mc 13,23.33; Lc 12,3540)

  • pobreza de espíritu (Mt 5,3)

  • lucha y compromiso por la justicia (Mt 5,10)

  • hacerse como niños (Mt 18,3)

  • sacrificio de lo que se posee (Mt 13,44)

  • cumplir la voluntad del Padre (Mt 7,21)

  • arrepentimiento y fe en Jesús (Mc 1,15)

  • amor al prójimo (Mt 25, 34 ss)

Todas estas actitudes que están vinculadas a la predicación del Reino de Dios dan un rostro a la Moral cristiana. Podemos, pues, hablar de una Moral del Reino, como llamada de Dios a continuar su misión, su anuncio, su obrar. Esta llamada comporta en si misma un requerimiento ético y exige unas condiciones que concretizan de algún modo, las exigencias y actitudes que han de vivir cuantos son llamados "a su Reino y a su gloria" (Iª Tes 2.12).

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